Simón Pachano
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"Considerando en frío, imparcialmente..."

Invito a que nos apropiemos de la frase de César Vallejo para poner en debate todo lo que debe ser debatido

Idas y vueltas

El cangrejo irreal

8/8/2013

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Pocas cosas son más aburridas que las vacaciones. Incluso cuando uno está con la mejor compañía posible, los días se hacen tremendamente largos y el cuerpo se hace sentir. En esta ocasión, después de cumplir con el arreglo de los cajones de la ropa y de los libros en los estantes del escritorio -tarea eludida con argucias desde hace meses-, entré de lleno en la lectura de literartura y en la contemplación de la vida en la superficie de la playa. Por esas cosas extrañas que tiene nuestra psiquis, ambas actividades se juntaron en una sola celdilla de mi cerebro y logré una explicación que le voy a proponer a mi amigo John. 


Para que se entienda de qué hablo, debo comenzar por el final, y este final -o la conclusión- es que creo saber por qué el cangrejo camina para atrás (como se verá de inmediato, esto no es verdad, pero justamente de eso se trata). La explicación es que queremos que camine hacia atrás y, por tanto, en nuestra realidad camina hacia atrás.

El amigo John al que me refiero es John Hay (que tiene nombre de biblioteca le dirían en Providence, Rhode Island). Él es una persona que conoce la realidad mejor que nadie a pesar de que no vive en ella. Vive en su biblioteca, en su taller de escultor y en la conversación con los amigos pero son más de diez años que no pisa un centro comercial ni una tienda. Su visión realista de la realidad (porque hay una visión idealista) siente un choque violento cuando alguien dice que el país -o lo que fuera- camina para atrás como el cangrejo. "El cangrejo camina de lado, siempre con la referencia de su hueco para poder refugiarse", dice con fuerza.

Cuando había comprobado la validez de esa afirmación de mi amigo, por medio de mi agotadora primera actividad en la playa, le entré a la segunda con un libro inclasificable (¿ensayo?, ¿novela?, ¿diario de viaje?, ¿crónica?), El Danubio de Claudio Magris. Salpicando cosas por aquí y por allá, para zanjar el debate acerca del origen del majestuoso río, el autor recurre a la idea de naturaleza en Goethe. "La naturaleza goethiana abarca y envuelve todas las cosas y ella es la que mueve y crea, con elusiva ironía, todas las formas, incluso aquellas que parecen negarla y que a los hombres se les antojan innaturales"

En mi opinión, ahí está la respuesta a la afirmación sobre el caminar del cangrejo que tanto molesta a John. Somos creadores de naturaleza. Creamos un cangrejo irreal que necesitamos para nuestra realidad y el cangrejo -o, más bien, su falso caminar hacia atrás- entra a formar parte de ésta.

Sé que cuando le transmita todo esto a él, simplemente repetirá esa frase que nos identifica: "me parece inclusive" (otro ejemplo de creación de naturaleza).
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Revolución kilométrica

7/8/2013

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Antiguamente (o sea, hace más de seis años) los debates políticos eran sobre política. Parece redundante, pero no es así. Basta ver la diferencia con los debates actuales para comprender que ahora la política es lo que menos importa. En esa antigüedad, superada por la Revolución Ciudadana, se enfrentaban ideologías, se discutían las decisiones de los mandatarios y sus efectos en la vida de las personas, se cuestionaban las estrategias de los partidos, se especulaba sobre los resultados electorales y más cosas de ese estilo. Actualmente, la mayor parte de conversaciones que comienzan con algún tinte político, derivan rápidamente en los logros materiales del gobierno, especialmente en las carreteras que ha construido. 

Es fácil hacer la prueba. Todo consiste en poner sobre la mesa un tema como los artículos de la Ley de Comunicación que limitan las libertades (o cualquier otro similar) para que le manden a ver las excelentes carreteras por las que avanza la Patria que ya es de todos (y de todas).

Después de tantas veces que recibí esa respuesta -que me dejaba como un ignorante de la realidad palpable, concreta y evidente-, decidí hacer el camino Esmeraldas-Quito por la vía más larga, la de Santo Domingo-Aloag. Me habían dicho varias personas que estaba ampliada a cuatro carriles y que muchas de las peligrosas curvas se habían eliminado con modernos túneles.

Bueno, para que el relato no sea tan largo como mi viaje, simplemente pongo un par de cifras. La primera, es que en toda la carretera existe solamente un túnel. No hay el plural -túneles- que utilizaban varios de los entusiastas amigos. Hay, eso sí, varios carteles que anuncian la entrada a un túnel, que me obligaron a reducir la velocidad y a encender las luces, pero que seguramente deben referirse a alguna otra cosa. Es posible que el concepto túnel haya cambiado y que yo esté equivocado, pero de lo que sí estoy seguro es que eso que se llamaba túnel, como los de San Juan, El Placer o el Guayasamín, no hay más que uno.

La segunda cifra es que desde Santo Domingo a Aloag hay 96 kilómetros, según un cartel que está a la salida de aquella ciudad. De esos hay que recorrer más de cincuenta por la misma carretera de toda la vida para comenzar a recorrer la pista de cuatro carriles. Concretamente, hay que llegar a Tandapi, donde otro cartel señala que la ampliación corresponde a un tramo de 35,4 kilómetros. Por tanto, se ha ampliado el 36,9% de la vía, algo más de la tercera parte. 

La próxima vez que hable de política ecuatoriana actual voy a tener el mayor cuidado en entender que los plurales no siempre se refieren a más de un objeto, persona o hecho y, sobre todo, voy a aceptar el 36,9% de las afirmaciones que escuche. 
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Las siete diferencias (Franco en la Revolución Ciudadana)

23/7/2013

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Eran los años de remozamiento de la dictadura franquista. Dentro del gabinete se abría paso una corriente que intentaba colocar a España en Europa. Los nuevos ministros (tecnócratas y miembros del Opus Dei) creían que era suficiente con un maquillaje de modernidad, sin entender que para ser parte de ese club de países se necesitaban credenciales democráticas y fuertes estados de derecho. No era suficiente con la tímida apertura de las playas a los bikinis de las escandinavas ni con la sustitución de Joselito por una Marisol que años más tarde relataría la manera en que fue utilizada por la maquinaria propagandística. 

A la cabeza de esos intentos estaba un joven Manuel Fraga Iribarne (sí, aunque no parezca, alguna vez fue joven), como ministro de Turismo e Información. En lo primero -el turismo- quiso hacer un guiño a Europa con una modernidad controlada que pronto se le fue de las manos. En lo segundo -la información- hizo lo que mejor sabía hacer y lo que más convenía al régimen dictatorial. Su objetivo central apuntaba a suavizar la imagen de una sociedad sometida por el estricto y brutal control policial y militar. Era mejor dejar ese control en manos de las leyes, concretamente de una ley, la de prensa, expedida en 1966.

Cincuenta y tantos años después, en otro lado del mundo, un gobierno que no nació de una guerra civil ni puede ser considerado como una dictadura, se planteó una meta de modernización similar a aquella. Comenzó a vender "el sueño ecuatoriano", el "sumak kausay" y todas las variantes del pachamamismo que pueda soportar la imaginación, eso sí sin perder de vista la necesidad de controlar el pensamiento y su expresión. Con objetivos tan parecidos, era inevitable que alguien echara mano de la vieja ley de Fraga y que la Asamblea la aprobara en una sesión de apenas veinte minutos. No era necesario más tiempo, si ya estaba probada su eficacia. 

Aquí están las dos versiones:
la original de Franco 
 
la de sus discípulos criollos 
Hagan ustedes el ejercicio de la comparación y, como en el juego, encuentren las siete diferencias.
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É-cuador esdrújulo

17/7/2013

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Temprano en la mañana, en realidad en la madrugada, soy un radioescucha obsesivo, de los que se pasean por el dial y conocen los números de cada estación (lo que considero un acto heroico de mi memoria). Incluso soy de los que saben el orden en que van llegando las cuñas publicitarias. Al final, en más o menos una hora me he enterado del contenido de los periódicos y ya solamente me queda revisar las páginas editoriales y los avisos mortuorios. 

Todo esto para decir que mi primera fuente de información (en orden cronológico) es oral. Eso significa que dependo en gran medida de la pronunciación, el ritmo, la entonación y sobre todo la acentuación de quienes se encargan de la lectura. Sí, la acentuación, no el acento. Me refiero a esa regla básica del castellano que se rige por un simple signo colocado sobre una vocal y que convierte a las palabras en agudas, graves y esdrújulas. 

Por alguna razón que no entiendo totalmente, aunque algo sospecho, quienes leen las noticias en la mañana han declarado la guerra a las graves y a las agudas y han creado una nueva categoría que es el híbrido de cualquiera de esas dos con la esdrújula. Es complejo explicarla, porque no se trata solamente de cambiar el lugar del acento, sino que incluye la extensión de la vocal acentuada y además coloca una clara separación entre la sílaba que la contiene y el resto. 

Veamos si los ejemplos hablan mejor. Para citar sólo las que oí hoy, el pré-sidente hizo una dé-claración antes de embarcarse en el á-vión, mientras hasta el é-dificio de la á-samblea llegaron las cenizas producidas por la é-rupción del vól-can. Me enteré también que quienes se encargan de la lectura son Má-ria y É-duardo. 

Decía que algo sospecho acerca del origen de este giro en la lengua hablada. Me imagino que se trata del énfasis (que, al fin y al cabo es una palabra esdrújula). Pero, de todas maneras, no encuentro la relación de la acentuación en la primera sílaba con el énfasis. Quiero decir que no entiendo por qué erupción les parece a ellos menos enfático que é-rupción. Y tampoco entiendo por qué a mí me resulta también menos enfática una declaración que una dé-claración. Bueno, será que a esa hora necesito la tasa de café, la ducha y la esdrújula. Si no la escucho pienso que no se han producido noticias y comienzo a preocuparme porque ese es mal síntoma en nuestro én-fatico país.


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Revoluciones de clase media

6/7/2013

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Son varios los comentarios que califican como revoluciones de la clase media a lo que se viene produciendo en varios países del mundo desde hace más de un año. Desde la primavera árabe hasta el golpe de Estado de la semana pasada en Egipto, pasando por los jóvenes de passe livre de Brasil, sería frutos de esa  clase media. 

Es apetitoso material para el análisis de sociólogos, politólogos, antropólogos e incluso filósofos que pueden entrar a discutir todas las tesis sobre revoluciones y el carácter supuestamente reaccionario que se ha asignado tradicionalmente a ese sector social. También pueden entretenerse con interminables disquisiciones acerca del singular y el plural (clase media o clases medias). Pueden ir más allá y entrar en el plano de las suposiciones, para pensar en los posibles resultados de estos procesos, ya que por definición toda revolución debe producir un cambio, un nuevo estado de las cosas.

Con menos ambiciones, me hago dos preguntas. ¿Podremos esperar de la clase media ecuatoriana hechos como los que se han visto en toda esa diversidad de países? ¿En dónde estuvo ese sector social en los derrocamientos de tres presidentes entre finales del siglo pasado y comienzos del actual?

La segunda pregunta puede tener una respuesta relativamente más fácil. Con ojo de buen cubero se puede decir que sin duda los forajidos que protagonizaron el último derrocamiento, en el 2005, fueron típicamente integrantes de la clase media (incluso de su estrato más alto), pero no puede decirse lo mismo de quienes protagonizaron el golpe de Estado que incluyó a militares en el año 2000. Quienes participaron en el primer derrocamiento, en 1997, puede ser interpretado como una combinación de sectores populares y clase media urbana. Todo esto, obviamente, en términos del origen socio-económico de las personas, pero eso no nos dice nada acerca de sus intenciones, de sus objetivos, ni de sus motivaciones. ¿Serán estos propios y exclusivos de las clases medias o podrán ser atribuidos a cualquier sector de la sociedad.

Para la otra pregunta no encuentro respuesta. Por un lado, la clase media ecuatoriana parece que está bastante acomodada. Si se echa una mirada a la cantidad de edificios de departamentos que se construyen en las ciudades y a la vida bullente de los centros comerciales, uno está tentado a sostener que ese sector no debe tener mayor interés en cambiar el estado de la situación. Pero, por otro lado, si uno vuelve la mirada a Brasil o a los estudiantes chilenos, se encuentra con que ese bienestar y esa estabilidad no son suficientes para mantenerlo en la tranquilidad del sofá frente al televisor. "No entiendo", me decía alguien muy cercano, "si en Brasil ha habido enormes avances sociales, por qué esos mismos sectores se lanzan tan decididamente a la protesta". Yo tampoco entiendo. Les dejo con la pregunta.
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    Simón Pachano. Politólogo

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