Mi intención es que el análisis se imponga a la opinión. No siempre lo consigo, pero que quede constancia de mi voluntad.
El lunes de esta semana...
Sinceridad
Siempre se agradece la sinceridad, especialmente cuando ayuda a aclarar asuntos que de otra manera permanecerían en el mundo de las especulaciones. En esta ocasión, el agradecimiento es múltiple y dirigido a las y los competidores de la segunda vuelta.
Cabe comenzar por la candidata escogida por el pastor del rebaño de los borregos. Con un look muy deportivo, como le han sugerido para esta fase de la competencia, hace una oración, sermón, plegaria, confesión o quién sabe cómo se pueda llamar a un discurso de campaña con contenido místico en un recinto religioso. Compungida, ella deja su seguridad y la de los ecuatorianos –a los que aspira a gobernar– en las manos divinas. En su Gobierno se acabarán las preocupaciones sobre el equipamiento de los policías, la profesionalización de los servicios de inteligencia y más tecnicismos que recomiendan los que se dicen especialistas, porque bastará encomendarse como ella dice que lo hace. Mientras tanto, Eloy Alfaro (guía histórica de la Revolución Ciudadana), se revolcará en su tumba al ver lo que en su nombre pretenden hacer con el Estado laico por el que dio la vida.
No se queda atrás en sinceridad la candidata a vicepresidenta del otro binomio, el que llegó por sorpresa a la segunda vuelta. Con una soltura que no coincide con su manejo del idioma, incitó a evadir el pago de impuestos y afirmó que “hay que quitarle al Gobierno de la parte económica, de la parte de educación, de la parte de salud, de la parte de jubilaciones y pensiones”. Solidaria con las personas de su sexo, sostuvo que está muy bien que en puestos similares reciban menor paga que los hombres. Bueno, ya sabemos, que sin todas esas “partes” y con trabajo femenino barato será muy fácil gobernar y habrá tiempo para las “partes” importantes. Lástima que no nos dice aún cuáles serán estas, aunque se puede suponer que estarán en África o en las Antillas, lugares de los cuales deberá ocuparse según la decisión de su compañero de fórmula.
El tercer agradecimiento se lo debemos precisamente al candidato sorpresa, ya que nos da a conocer que “hay gente que se hace meter presa a propósito” para recibir comida y medicinas gratis. Cuando les detectan un problema de salud –como un cálculo renal según su precisión– dicen “¿sabes qué?, voy a robar (…) porque de ahí entro a la prisión y me operan y tengo resuelto el problema”. Por suerte, ahora ya sabemos que la picardía criolla y el costo de los servicios de salud son las causas del hacinamiento carcelario. Simplemente, habrá que ir por ese lado para acabar con el sicariato, el asalto, la extorsión, la vacuna, el secuestro y todo lo que la gente desinformada le adjudica al narcotráfico.
El premio a la sinceridad se lo lleva el incontinente acompañante de la candidata del borreguismo. Entrevistado por uno de sus publicistas –que, de paso, recuerda con nostalgia y sinceridad las llamadas que recibía desde Carondelet para señalarle la línea correcta– reconoció que la perspectiva de un triunfo de ese binomio provocó pánico financiero. Este se habría moderado porque el asesinato de Fernando Villavicencio habría impedido el triunfo borreguil en la primera vuelta. Por tanto, gracias a esa sinceridad sabemos que el pánico va a renacer por la incertidumbre de la segunda vuelta y, sobre todo, estará permanentemente presente si llegan al gobierno.
Sinceramente, demasiada sinceridad produce angustia.
Sinceridad
Siempre se agradece la sinceridad, especialmente cuando ayuda a aclarar asuntos que de otra manera permanecerían en el mundo de las especulaciones. En esta ocasión, el agradecimiento es múltiple y dirigido a las y los competidores de la segunda vuelta.
Cabe comenzar por la candidata escogida por el pastor del rebaño de los borregos. Con un look muy deportivo, como le han sugerido para esta fase de la competencia, hace una oración, sermón, plegaria, confesión o quién sabe cómo se pueda llamar a un discurso de campaña con contenido místico en un recinto religioso. Compungida, ella deja su seguridad y la de los ecuatorianos –a los que aspira a gobernar– en las manos divinas. En su Gobierno se acabarán las preocupaciones sobre el equipamiento de los policías, la profesionalización de los servicios de inteligencia y más tecnicismos que recomiendan los que se dicen especialistas, porque bastará encomendarse como ella dice que lo hace. Mientras tanto, Eloy Alfaro (guía histórica de la Revolución Ciudadana), se revolcará en su tumba al ver lo que en su nombre pretenden hacer con el Estado laico por el que dio la vida.
No se queda atrás en sinceridad la candidata a vicepresidenta del otro binomio, el que llegó por sorpresa a la segunda vuelta. Con una soltura que no coincide con su manejo del idioma, incitó a evadir el pago de impuestos y afirmó que “hay que quitarle al Gobierno de la parte económica, de la parte de educación, de la parte de salud, de la parte de jubilaciones y pensiones”. Solidaria con las personas de su sexo, sostuvo que está muy bien que en puestos similares reciban menor paga que los hombres. Bueno, ya sabemos, que sin todas esas “partes” y con trabajo femenino barato será muy fácil gobernar y habrá tiempo para las “partes” importantes. Lástima que no nos dice aún cuáles serán estas, aunque se puede suponer que estarán en África o en las Antillas, lugares de los cuales deberá ocuparse según la decisión de su compañero de fórmula.
El tercer agradecimiento se lo debemos precisamente al candidato sorpresa, ya que nos da a conocer que “hay gente que se hace meter presa a propósito” para recibir comida y medicinas gratis. Cuando les detectan un problema de salud –como un cálculo renal según su precisión– dicen “¿sabes qué?, voy a robar (…) porque de ahí entro a la prisión y me operan y tengo resuelto el problema”. Por suerte, ahora ya sabemos que la picardía criolla y el costo de los servicios de salud son las causas del hacinamiento carcelario. Simplemente, habrá que ir por ese lado para acabar con el sicariato, el asalto, la extorsión, la vacuna, el secuestro y todo lo que la gente desinformada le adjudica al narcotráfico.
El premio a la sinceridad se lo lleva el incontinente acompañante de la candidata del borreguismo. Entrevistado por uno de sus publicistas –que, de paso, recuerda con nostalgia y sinceridad las llamadas que recibía desde Carondelet para señalarle la línea correcta– reconoció que la perspectiva de un triunfo de ese binomio provocó pánico financiero. Este se habría moderado porque el asesinato de Fernando Villavicencio habría impedido el triunfo borreguil en la primera vuelta. Por tanto, gracias a esa sinceridad sabemos que el pánico va a renacer por la incertidumbre de la segunda vuelta y, sobre todo, estará permanentemente presente si llegan al gobierno.
Sinceramente, demasiada sinceridad produce angustia.
... y el de la semana pasada
Desmemoria
El 10 de agosto del próximo año se cumplirán 45 años del inicio del periodo democrático. Ese día asumió Jaime Roldós como presidente de la República y se instaló la que en ese momento y por muy poco tiempo más se denominó Cámara Nacional de Representantes. Previamente, en enero del año 1978 se realizó el referendo en que se aprobó la Constitución y en abril del mismo año tuvo lugar la primera vuelta presidencial. Las argucias y jugarretas de un sector del gobierno militar (que incluyeron el asesinato del excandidato presidencial Abdón Calderón Muñoz) fracasaron en sus intentos de detener el proceso, pero lograron alargarlo tanto que la segunda vuelta se realizó nueve meses después de la primera. A pesar de todos esos avatares, Ecuador se convirtió en precursor latinoamericano, junto a República Dominicana, de lo que después se conocería como la tercera ola de democratización.
En cualquier otro país la fecha que se aproxima sería un motivo no solo para conmemorar, sino para celebrar y sobre todo para hacer un balance detenido de los logros y los errores. En Argentina, que vive episodios más graves que los nuestros (sí, siempre es posible estar peor) la conmemoración de sus cuarenta años de democracia es un tema que forma parte de la agenda política. Así ocurrió también en Chile con los diversos aniversarios del fin de la dictadura y ha sido norma en muchos países del continente. Al contrario, por estos lados parece que la fecha pasará sin más menciones que las notas –seguramente centradas en lo negativo– que aparecerán en lugares secundarios de un par de diarios. Para ese momento estaremos a punto de embarcarnos en una nueva campaña electoral, seguramente buscando la manera de hacerle la vida imposible a Noboa, si él es el triunfador, o viviendo la desdolarización con González si el Consejo Electoral lo decide así.
Se podría suponer que el escaso interés en ese aniversario está en clara concordancia con la reducción del apoyo al régimen democrático que se refleja en las encuestas que indagan sobre los valores de la ciudadanía. Sin duda, debe haber alguna relación, pero ese desinterés en la democracia parece venir de mucho tiempo atrás, incluso desde el mismo momento de la dificultosa transición. Cabe recordar que hubo partidos, personajes políticos y organizaciones sociales que se sentían muy cómodos con la dictadura militar y bombardeaban los intentos de cambio (que, para hacer justicia, hay que decir que venían de la mano de una parte de los militares capitaneados por el general Richelieu Lavoyer). No satisfechos con eso, desde aquel día de la posesión presidencial unos y otros se dedicaron a denostar al débil régimen recién instaurado. Tanto lo llenaron de adjetivos peyorativos que cuando fueron depuestos tres presidentes solo alguna voz aislada los llamó por su nombre propio, golpes de Estado, mientras la ciudadanía y los políticos que ella había elegido celebraban en las calles y se tomaban por asalto las maltrechas instituciones. En esas condiciones a nadie le extrañó –y a muy pocos molestó– que un personaje vestido con camisas folclóricas y cargado de traumas emocionales copara las instituciones y pregonara que él es el pueblo.
No estaría demás que en medio de los cálculos de la actual campaña le hiciéramos un lugar al aniversario de 2024. Posiblemente nos nacería un extraño sentido de autocrítica.
Desmemoria
El 10 de agosto del próximo año se cumplirán 45 años del inicio del periodo democrático. Ese día asumió Jaime Roldós como presidente de la República y se instaló la que en ese momento y por muy poco tiempo más se denominó Cámara Nacional de Representantes. Previamente, en enero del año 1978 se realizó el referendo en que se aprobó la Constitución y en abril del mismo año tuvo lugar la primera vuelta presidencial. Las argucias y jugarretas de un sector del gobierno militar (que incluyeron el asesinato del excandidato presidencial Abdón Calderón Muñoz) fracasaron en sus intentos de detener el proceso, pero lograron alargarlo tanto que la segunda vuelta se realizó nueve meses después de la primera. A pesar de todos esos avatares, Ecuador se convirtió en precursor latinoamericano, junto a República Dominicana, de lo que después se conocería como la tercera ola de democratización.
En cualquier otro país la fecha que se aproxima sería un motivo no solo para conmemorar, sino para celebrar y sobre todo para hacer un balance detenido de los logros y los errores. En Argentina, que vive episodios más graves que los nuestros (sí, siempre es posible estar peor) la conmemoración de sus cuarenta años de democracia es un tema que forma parte de la agenda política. Así ocurrió también en Chile con los diversos aniversarios del fin de la dictadura y ha sido norma en muchos países del continente. Al contrario, por estos lados parece que la fecha pasará sin más menciones que las notas –seguramente centradas en lo negativo– que aparecerán en lugares secundarios de un par de diarios. Para ese momento estaremos a punto de embarcarnos en una nueva campaña electoral, seguramente buscando la manera de hacerle la vida imposible a Noboa, si él es el triunfador, o viviendo la desdolarización con González si el Consejo Electoral lo decide así.
Se podría suponer que el escaso interés en ese aniversario está en clara concordancia con la reducción del apoyo al régimen democrático que se refleja en las encuestas que indagan sobre los valores de la ciudadanía. Sin duda, debe haber alguna relación, pero ese desinterés en la democracia parece venir de mucho tiempo atrás, incluso desde el mismo momento de la dificultosa transición. Cabe recordar que hubo partidos, personajes políticos y organizaciones sociales que se sentían muy cómodos con la dictadura militar y bombardeaban los intentos de cambio (que, para hacer justicia, hay que decir que venían de la mano de una parte de los militares capitaneados por el general Richelieu Lavoyer). No satisfechos con eso, desde aquel día de la posesión presidencial unos y otros se dedicaron a denostar al débil régimen recién instaurado. Tanto lo llenaron de adjetivos peyorativos que cuando fueron depuestos tres presidentes solo alguna voz aislada los llamó por su nombre propio, golpes de Estado, mientras la ciudadanía y los políticos que ella había elegido celebraban en las calles y se tomaban por asalto las maltrechas instituciones. En esas condiciones a nadie le extrañó –y a muy pocos molestó– que un personaje vestido con camisas folclóricas y cargado de traumas emocionales copara las instituciones y pregonara que él es el pueblo.
No estaría demás que en medio de los cálculos de la actual campaña le hiciéramos un lugar al aniversario de 2024. Posiblemente nos nacería un extraño sentido de autocrítica.