Simón Pachano
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Escritos en la noche del jueves o en la madrugada del viernes, circulan el lunes y van pasando al olvido a partir del martes (aunque para muchos lectores no hay olvido ni perdón).

507 palabras, una o dos ideas
Mi intención es que el análisis se imponga a la opinión. No siempre lo consigo, pero que quede constancia de mi voluntad.
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El lunes de esta semana...

La juliana

El día 9 de este mes se cumplirán 100 años de la Revolución Juliana, un hecho que cambió significativamente al país en varios aspectos, pero que prácticamente se ha ido borrando de la memoria colectiva. Actualmente, su trascendencia es reconocida casi exclusivamente por los historiadores, pero es ignorada por la enorme mayoría de la ciudadanía y, por supuesto, por los políticos que se mueven en el horizonte del inmediatismo. Es uno de esos hechos que cerraron una época, pero que seguramente porque no lograron advertir con claridad la que estaban abriendo, no consta en el calendario de las fechas cívicas.

Como había ocurrido a lo largo de los 95 años previos, la revolución fue en realidad un golpe de Estado. Pero, a diferencia de aquella tradición, este no fue realizado por un caudillo que armaba su propia soldadesca o por el alto mando del ejército recientemente constituido, y tampoco requirió de balas ni de sables. Sus impulsores fueron oficiales jóvenes del ejército que se habían agrupado en una organización semiclandestina llamada Liga Militar. En su primer manifiesto señalaban que desconocían al gobierno por no considerarle conveniente para los intereses de la nación y se proponían resolver “la cuestión económica y monetaria”. Con ello aludían al papel determinante de los bancos en el manejo político que se había instaurado desde el asesinato de Eloy Alfaro en 1912.

La búsqueda de ese objetivo, en principio limitado, llevó a una redefinición del Estado en varias de sus dimensiones. Estas fueron tomadas en su mayoría durante el gobierno de Isidro Ayora (1926 - 1931), que en términos actuales podría calificarse como una gestión tecnocrática. En el plano económico se crearon instituciones básicas, como el Banco Central, la Superintendencia de Bancos, la Contraloría, la Caja de Pensiones (actualmente Instituto de Seguridad Social), el Banco Hipotecario (posteriormente de Fomento) y la Dirección de Aduanas. En lo social se impulsaron políticas para consolidar la educación laica y universal establecida por la Revolución Liberal, se creó el Ministerio de Trabajo, se ratificó el voto de la mujer (que se había expresado de hecho en 1924) y se establecieron principios de la propiedad social. Sus reformas fueron recogidas en la Constitución expedida en 1929.

Sin embargo, los cambios políticos fueron en una dirección poco apropiada para la permanencia y la consolidación de esas reformas. En realidad, lo que se hizo en el campo político fue casi insignificante y más bien opuesto a lo que podría entenderse como una reforma del Estado. Se puede asegurar que no se la pensó como tal. No hubo preocupación por establecer un sistema político concordante con la orientación que se estaba dando a la economía. Por ello, no sorprende que el fin del gobierno de Ayora (por un golpe de Estado, para seguir la tradición) abriera la etapa de mayor inestabilidad de la historia nacional, con la sucesión de 27 gobiernos hasta 1948.

El escaso recuerdo de la Juliana quizás no se deba a su denominación que apenas hace referencia al mes en que ocurrió y que tiene reminiscencias gastronómicas. Es probable que haya un olvido voluntario, una decisión de dejar de lado las enseñanzas de la historia para poder anunciar reiteradamente la fundación del país. 

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​​... y el de la semana pasada​​​

Guerras y creencias​

La mayoría de los análisis de la guerra entre Israel e Irán destacan al enriquecimiento del uranio como factor central del enfrentamiento. El núcleo del conflicto, según esa percepción, está en la posibilidad de que Irán alcance el nivel que requiere la elaboración de una bomba atómica. Sin duda, es un asunto importante, ya que en caso de lograrlo podría concretar el objetivo final, definido por los ayatolás que lo gobiernan, que es la eliminación de Israel. Desde 1979, cuando se instaló la teocracia, se propuso no solo borrar del mapa a ese país, sino exterminar a la población judía como etnia y como grupo religioso. La disponibilidad de un arsenal nuclear sería el instrumento preciso para ese fin.

Sin duda, ese es el desencadenante de los enfrentamientos que se han producido en los últimos días. Pero la raíz del problema hay que buscarla mucho más atrás en la historia. Sería necesario remontarse a los tiempos bíblicos en que los pueblos semitas se fueron diferenciando y entrando en conflictos que escalaron hasta convertirse en guerras por territorio y por recursos. Pero, posiblemente, la respuesta se encuentra en tiempos relativamente más cercanos, cuando de un mismo tronco surgieron las tres religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islam. La ruptura se fue concretando a lo largo de varios siglos hasta imponerse como factor de enfrentamiento por encima de las causas económicas o de cualquier otra naturaleza. Las Cruzadas, la caída de Constantinopla y el Holocausto constituyen hitos de esa larga pugna.

Debió pasar aún mucho tiempo para que el avance de la ciencia y del pensamiento fueran relegando a ese factor de enfrentamiento. La secularización de las sociedades convirtió a la religión en un asunto personal, cada vez con menor incidencia en la vida colectiva. Pero el avance en esa dirección no se manifestó de manera similar en todas las latitudes y tampoco incidió con el mismo peso en todas las religiones. La herencia de aquel pasado remoto se manifiesta en varios hechos contemporáneos. Es una herencia que, de la misma manera que ocurrió en tiempos remotos, se combina con otros factores, pero no por ello pierde esa marca genética.

La guerra actual es un enfrentamiento en varios frentes. Uno es el islam contra el judaísmo, el más evidente y que tiene un final impredecible. Otro, que está larvado y que se expresa en actos aislados, es el del islam en contra del cristianismo. Un tercero es el que afecta internamente al islamismo, en que chiitas y sunitas disputan por la interpretación de la palabra de Mahoma. La dimensión de la suma de estas confrontaciones se amplía cuando se toma en cuenta que todas esas religiones consideran a sus fieles como parte del pueblo elegido. Quizás el cristianismo es la que en menor medida ha mantenido esa creencia (que seguramente se debe a la larga convivencia con regímenes democráticos). Pero, aun en este caso, cabe recordar que EE. UU. reivindica esa tradición, aunque lo hace en términos más geopolíticos que religiosos. Cuando la guerra religiosa llega a su máxima expresión prácticamente no hay espacio para los acuerdos. En el mejor de los casos, estos se deberán a asuntos puramente prácticos, como el agotamiento de armas y en general de recursos bélicos, pero solo servirán para tomar aliento y comenzar una nueva cruzada. 

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