Hay una generación de politólogos que puede ser considerada como la de los padres fundadores de la Ciencia Política o, quizás ya a esta altura, la de los abuelos de esta disciplina. Son académicos que nacieron entre la segunda y la tercera décadas del siglo XX y que, por tanto, algunos de ellos bordean la centena de años mientras los más jóvenes de ellos superan los ochenta (pongo énfasis en lo de más jóvenes, porque una de las cualidades de todos ellos ha sido mantenerse en esa condición más allá de la edad cronológica).
Robert Dahl (1915), David Easton (1917) Maurice Duverger (1917), Kenneth Arrow (1921), Giovanni Sartori (1924) forman parte de ese grupo que ahora ha perdido a Juan J. Linz (1926), uno de sus más lúcidos integrantes. Es la misma generación a la que pertenecieron Seymour Martin Lipset, Norberto Bobbio, Albert Hirschman y David Apter. Sin esa generación, sin sus diversos acercamientos y perspectivas, la Ciencia Política no sería lo que es ahora.
Linz puso sobre la mesa y desentrañó temas que ahora son puntales para comprender la política. Las causas por las que quiebran las democracias, las características de los regímenes autoritarios y sus diferencias con los sistemas totalitarios, los peligros del presidencialismo, las transiciones a la democracia y el debate conceptual sobre estas últimas, son algunos de esos temas, que ahora se encuentran recopilados en sus obras escogidas publicadas por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de España.
Una de sus esperanzas era que en América Latina se discutiera seriamente acerca de los efectos (negativos) del régimen presidencial. Con esa ilusión vino a Ecuador cuando fue invitado para conversar con los integrantes de la Asamblea Constituyente del año 1998. Un solo asambleísta se hizo cargo de ese tema y presentó una propuesta para establecer un régimen semiparlamentario. No hubo debate, nadie se interesó o, más claramente, nadie entendió por dónde iba el asunto. Tanto no entendieron, que en la siguiente Asamblea Constituyente (2008), profundizaron los vicios del presidencialismo. (Esto da material para reflexionar sobre la relación entre la academia y la política, pero mejor no entrar en ese terreno por el momento).
Enemigo de las definiciones sintéticas y partidario de la argumentación fundamentada, sin embargo definió a la democracia como "el único juego en la ciudad" (the only game in town). En esas seis palabras (cinco en inglés) está contenida la legitimidad de las instituciones, percibidas como las únicas posibles por parte de la ciudadanía. Pero está también el respeto a ellas por parte de los gobernantes. Y está la observancia de las reglas por parte de la oposición. En definitiva, es la visión de la democracia como un orden construido en conjunto.
La argumentación que lleva a esa breve definición habría sido suficiente para valorar la herencia que deja Juan J. Linz. Pero su legado es mucho más rico y cuantioso.
Robert Dahl (1915), David Easton (1917) Maurice Duverger (1917), Kenneth Arrow (1921), Giovanni Sartori (1924) forman parte de ese grupo que ahora ha perdido a Juan J. Linz (1926), uno de sus más lúcidos integrantes. Es la misma generación a la que pertenecieron Seymour Martin Lipset, Norberto Bobbio, Albert Hirschman y David Apter. Sin esa generación, sin sus diversos acercamientos y perspectivas, la Ciencia Política no sería lo que es ahora.
Linz puso sobre la mesa y desentrañó temas que ahora son puntales para comprender la política. Las causas por las que quiebran las democracias, las características de los regímenes autoritarios y sus diferencias con los sistemas totalitarios, los peligros del presidencialismo, las transiciones a la democracia y el debate conceptual sobre estas últimas, son algunos de esos temas, que ahora se encuentran recopilados en sus obras escogidas publicadas por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de España.
Una de sus esperanzas era que en América Latina se discutiera seriamente acerca de los efectos (negativos) del régimen presidencial. Con esa ilusión vino a Ecuador cuando fue invitado para conversar con los integrantes de la Asamblea Constituyente del año 1998. Un solo asambleísta se hizo cargo de ese tema y presentó una propuesta para establecer un régimen semiparlamentario. No hubo debate, nadie se interesó o, más claramente, nadie entendió por dónde iba el asunto. Tanto no entendieron, que en la siguiente Asamblea Constituyente (2008), profundizaron los vicios del presidencialismo. (Esto da material para reflexionar sobre la relación entre la academia y la política, pero mejor no entrar en ese terreno por el momento).
Enemigo de las definiciones sintéticas y partidario de la argumentación fundamentada, sin embargo definió a la democracia como "el único juego en la ciudad" (the only game in town). En esas seis palabras (cinco en inglés) está contenida la legitimidad de las instituciones, percibidas como las únicas posibles por parte de la ciudadanía. Pero está también el respeto a ellas por parte de los gobernantes. Y está la observancia de las reglas por parte de la oposición. En definitiva, es la visión de la democracia como un orden construido en conjunto.
La argumentación que lleva a esa breve definición habría sido suficiente para valorar la herencia que deja Juan J. Linz. Pero su legado es mucho más rico y cuantioso.