Son varios los comentarios que califican como revoluciones de la clase media a lo que se viene produciendo en varios países del mundo desde hace más de un año. Desde la primavera árabe hasta el golpe de Estado de la semana pasada en Egipto, pasando por los jóvenes de passe livre de Brasil, sería frutos de esa clase media.
Es apetitoso material para el análisis de sociólogos, politólogos, antropólogos e incluso filósofos que pueden entrar a discutir todas las tesis sobre revoluciones y el carácter supuestamente reaccionario que se ha asignado tradicionalmente a ese sector social. También pueden entretenerse con interminables disquisiciones acerca del singular y el plural (clase media o clases medias). Pueden ir más allá y entrar en el plano de las suposiciones, para pensar en los posibles resultados de estos procesos, ya que por definición toda revolución debe producir un cambio, un nuevo estado de las cosas.
Con menos ambiciones, me hago dos preguntas. ¿Podremos esperar de la clase media ecuatoriana hechos como los que se han visto en toda esa diversidad de países? ¿En dónde estuvo ese sector social en los derrocamientos de tres presidentes entre finales del siglo pasado y comienzos del actual?
La segunda pregunta puede tener una respuesta relativamente más fácil. Con ojo de buen cubero se puede decir que sin duda los forajidos que protagonizaron el último derrocamiento, en el 2005, fueron típicamente integrantes de la clase media (incluso de su estrato más alto), pero no puede decirse lo mismo de quienes protagonizaron el golpe de Estado que incluyó a militares en el año 2000. Quienes participaron en el primer derrocamiento, en 1997, puede ser interpretado como una combinación de sectores populares y clase media urbana. Todo esto, obviamente, en términos del origen socio-económico de las personas, pero eso no nos dice nada acerca de sus intenciones, de sus objetivos, ni de sus motivaciones. ¿Serán estos propios y exclusivos de las clases medias o podrán ser atribuidos a cualquier sector de la sociedad.
Para la otra pregunta no encuentro respuesta. Por un lado, la clase media ecuatoriana parece que está bastante acomodada. Si se echa una mirada a la cantidad de edificios de departamentos que se construyen en las ciudades y a la vida bullente de los centros comerciales, uno está tentado a sostener que ese sector no debe tener mayor interés en cambiar el estado de la situación. Pero, por otro lado, si uno vuelve la mirada a Brasil o a los estudiantes chilenos, se encuentra con que ese bienestar y esa estabilidad no son suficientes para mantenerlo en la tranquilidad del sofá frente al televisor. "No entiendo", me decía alguien muy cercano, "si en Brasil ha habido enormes avances sociales, por qué esos mismos sectores se lanzan tan decididamente a la protesta". Yo tampoco entiendo. Les dejo con la pregunta.
Es apetitoso material para el análisis de sociólogos, politólogos, antropólogos e incluso filósofos que pueden entrar a discutir todas las tesis sobre revoluciones y el carácter supuestamente reaccionario que se ha asignado tradicionalmente a ese sector social. También pueden entretenerse con interminables disquisiciones acerca del singular y el plural (clase media o clases medias). Pueden ir más allá y entrar en el plano de las suposiciones, para pensar en los posibles resultados de estos procesos, ya que por definición toda revolución debe producir un cambio, un nuevo estado de las cosas.
Con menos ambiciones, me hago dos preguntas. ¿Podremos esperar de la clase media ecuatoriana hechos como los que se han visto en toda esa diversidad de países? ¿En dónde estuvo ese sector social en los derrocamientos de tres presidentes entre finales del siglo pasado y comienzos del actual?
La segunda pregunta puede tener una respuesta relativamente más fácil. Con ojo de buen cubero se puede decir que sin duda los forajidos que protagonizaron el último derrocamiento, en el 2005, fueron típicamente integrantes de la clase media (incluso de su estrato más alto), pero no puede decirse lo mismo de quienes protagonizaron el golpe de Estado que incluyó a militares en el año 2000. Quienes participaron en el primer derrocamiento, en 1997, puede ser interpretado como una combinación de sectores populares y clase media urbana. Todo esto, obviamente, en términos del origen socio-económico de las personas, pero eso no nos dice nada acerca de sus intenciones, de sus objetivos, ni de sus motivaciones. ¿Serán estos propios y exclusivos de las clases medias o podrán ser atribuidos a cualquier sector de la sociedad.
Para la otra pregunta no encuentro respuesta. Por un lado, la clase media ecuatoriana parece que está bastante acomodada. Si se echa una mirada a la cantidad de edificios de departamentos que se construyen en las ciudades y a la vida bullente de los centros comerciales, uno está tentado a sostener que ese sector no debe tener mayor interés en cambiar el estado de la situación. Pero, por otro lado, si uno vuelve la mirada a Brasil o a los estudiantes chilenos, se encuentra con que ese bienestar y esa estabilidad no son suficientes para mantenerlo en la tranquilidad del sofá frente al televisor. "No entiendo", me decía alguien muy cercano, "si en Brasil ha habido enormes avances sociales, por qué esos mismos sectores se lanzan tan decididamente a la protesta". Yo tampoco entiendo. Les dejo con la pregunta.