Simón Pachano
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"Considerando en frío, imparcialmente..."

Invito a que nos apropiemos de la frase de César Vallejo para poner en debate todo lo que debe ser debatido

Idas y vueltas

Las siete diferencias (Franco en la Revolución Ciudadana)

23/7/2013

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Eran los años de remozamiento de la dictadura franquista. Dentro del gabinete se abría paso una corriente que intentaba colocar a España en Europa. Los nuevos ministros (tecnócratas y miembros del Opus Dei) creían que era suficiente con un maquillaje de modernidad, sin entender que para ser parte de ese club de países se necesitaban credenciales democráticas y fuertes estados de derecho. No era suficiente con la tímida apertura de las playas a los bikinis de las escandinavas ni con la sustitución de Joselito por una Marisol que años más tarde relataría la manera en que fue utilizada por la maquinaria propagandística. 

A la cabeza de esos intentos estaba un joven Manuel Fraga Iribarne (sí, aunque no parezca, alguna vez fue joven), como ministro de Turismo e Información. En lo primero -el turismo- quiso hacer un guiño a Europa con una modernidad controlada que pronto se le fue de las manos. En lo segundo -la información- hizo lo que mejor sabía hacer y lo que más convenía al régimen dictatorial. Su objetivo central apuntaba a suavizar la imagen de una sociedad sometida por el estricto y brutal control policial y militar. Era mejor dejar ese control en manos de las leyes, concretamente de una ley, la de prensa, expedida en 1966.

Cincuenta y tantos años después, en otro lado del mundo, un gobierno que no nació de una guerra civil ni puede ser considerado como una dictadura, se planteó una meta de modernización similar a aquella. Comenzó a vender "el sueño ecuatoriano", el "sumak kausay" y todas las variantes del pachamamismo que pueda soportar la imaginación, eso sí sin perder de vista la necesidad de controlar el pensamiento y su expresión. Con objetivos tan parecidos, era inevitable que alguien echara mano de la vieja ley de Fraga y que la Asamblea la aprobara en una sesión de apenas veinte minutos. No era necesario más tiempo, si ya estaba probada su eficacia. 

Aquí están las dos versiones:
la original de Franco 
 
la de sus discípulos criollos 
Hagan ustedes el ejercicio de la comparación y, como en el juego, encuentren las siete diferencias.
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É-cuador esdrújulo

17/7/2013

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Temprano en la mañana, en realidad en la madrugada, soy un radioescucha obsesivo, de los que se pasean por el dial y conocen los números de cada estación (lo que considero un acto heroico de mi memoria). Incluso soy de los que saben el orden en que van llegando las cuñas publicitarias. Al final, en más o menos una hora me he enterado del contenido de los periódicos y ya solamente me queda revisar las páginas editoriales y los avisos mortuorios. 

Todo esto para decir que mi primera fuente de información (en orden cronológico) es oral. Eso significa que dependo en gran medida de la pronunciación, el ritmo, la entonación y sobre todo la acentuación de quienes se encargan de la lectura. Sí, la acentuación, no el acento. Me refiero a esa regla básica del castellano que se rige por un simple signo colocado sobre una vocal y que convierte a las palabras en agudas, graves y esdrújulas. 

Por alguna razón que no entiendo totalmente, aunque algo sospecho, quienes leen las noticias en la mañana han declarado la guerra a las graves y a las agudas y han creado una nueva categoría que es el híbrido de cualquiera de esas dos con la esdrújula. Es complejo explicarla, porque no se trata solamente de cambiar el lugar del acento, sino que incluye la extensión de la vocal acentuada y además coloca una clara separación entre la sílaba que la contiene y el resto. 

Veamos si los ejemplos hablan mejor. Para citar sólo las que oí hoy, el pré-sidente hizo una dé-claración antes de embarcarse en el á-vión, mientras hasta el é-dificio de la á-samblea llegaron las cenizas producidas por la é-rupción del vól-can. Me enteré también que quienes se encargan de la lectura son Má-ria y É-duardo. 

Decía que algo sospecho acerca del origen de este giro en la lengua hablada. Me imagino que se trata del énfasis (que, al fin y al cabo es una palabra esdrújula). Pero, de todas maneras, no encuentro la relación de la acentuación en la primera sílaba con el énfasis. Quiero decir que no entiendo por qué erupción les parece a ellos menos enfático que é-rupción. Y tampoco entiendo por qué a mí me resulta también menos enfática una declaración que una dé-claración. Bueno, será que a esa hora necesito la tasa de café, la ducha y la esdrújula. Si no la escucho pienso que no se han producido noticias y comienzo a preocuparme porque ese es mal síntoma en nuestro én-fatico país.


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Revoluciones de clase media

6/7/2013

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Son varios los comentarios que califican como revoluciones de la clase media a lo que se viene produciendo en varios países del mundo desde hace más de un año. Desde la primavera árabe hasta el golpe de Estado de la semana pasada en Egipto, pasando por los jóvenes de passe livre de Brasil, sería frutos de esa  clase media. 

Es apetitoso material para el análisis de sociólogos, politólogos, antropólogos e incluso filósofos que pueden entrar a discutir todas las tesis sobre revoluciones y el carácter supuestamente reaccionario que se ha asignado tradicionalmente a ese sector social. También pueden entretenerse con interminables disquisiciones acerca del singular y el plural (clase media o clases medias). Pueden ir más allá y entrar en el plano de las suposiciones, para pensar en los posibles resultados de estos procesos, ya que por definición toda revolución debe producir un cambio, un nuevo estado de las cosas.

Con menos ambiciones, me hago dos preguntas. ¿Podremos esperar de la clase media ecuatoriana hechos como los que se han visto en toda esa diversidad de países? ¿En dónde estuvo ese sector social en los derrocamientos de tres presidentes entre finales del siglo pasado y comienzos del actual?

La segunda pregunta puede tener una respuesta relativamente más fácil. Con ojo de buen cubero se puede decir que sin duda los forajidos que protagonizaron el último derrocamiento, en el 2005, fueron típicamente integrantes de la clase media (incluso de su estrato más alto), pero no puede decirse lo mismo de quienes protagonizaron el golpe de Estado que incluyó a militares en el año 2000. Quienes participaron en el primer derrocamiento, en 1997, puede ser interpretado como una combinación de sectores populares y clase media urbana. Todo esto, obviamente, en términos del origen socio-económico de las personas, pero eso no nos dice nada acerca de sus intenciones, de sus objetivos, ni de sus motivaciones. ¿Serán estos propios y exclusivos de las clases medias o podrán ser atribuidos a cualquier sector de la sociedad.

Para la otra pregunta no encuentro respuesta. Por un lado, la clase media ecuatoriana parece que está bastante acomodada. Si se echa una mirada a la cantidad de edificios de departamentos que se construyen en las ciudades y a la vida bullente de los centros comerciales, uno está tentado a sostener que ese sector no debe tener mayor interés en cambiar el estado de la situación. Pero, por otro lado, si uno vuelve la mirada a Brasil o a los estudiantes chilenos, se encuentra con que ese bienestar y esa estabilidad no son suficientes para mantenerlo en la tranquilidad del sofá frente al televisor. "No entiendo", me decía alguien muy cercano, "si en Brasil ha habido enormes avances sociales, por qué esos mismos sectores se lanzan tan decididamente a la protesta". Yo tampoco entiendo. Les dejo con la pregunta.
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    Simón Pachano. Politólogo

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