Sin partidos políticos, las elecciones de febrero de 2017 serán una contienda entre coaliciones (la presidencial) y entre pequeños grupos principalmente de alcance provincial (la legislativa). Como ha venido ocurriendo a lo largo de los últimos diez años, se dibuja una contienda entre correísmo y anticorreísmo. El presidente Correa es el parteaguas y sin duda uno de los dos factores que incidirán de manera determinante en los resultados. Aunque, como se ha visto en ocasiones anteriores, su presencia en la campaña será algo inevitable, sí habrá gran diferencia si lo hace directamente como candidato o solo en apoyo a sus candidatos. El otro factor es lo que pueda suceder en el bando opuesto, esto es, si se conforman una o dos alianzas que agrupen a múltiples grupos de oposición o si estos se presentan aisladamente.
La combinación de esos dos factores -y considerando los resultados de las elecciones de 2013 y 2014- arroja cuatro escenarios, como se ve en el cuadro adjunto. Cabe destacar que en tres de ellos se avizora como posible la necesidad de la segunda vuelta, mientras solamente en uno sería innecesaria. Por el lado de Alianza País sería imprescindible la candidatura del presidente Correa (así lo exige un proceso basado en el liderazgo personal), mientras por el lado opuesto sería un suicidio colectivo presentar varias candidaturas (como lo demuestra la historia electoral reciente).
A mediados de agosto de 2016, solamente hay dos candidatos prácticamente seguros para la elección presidencial. Guillermo Lasso de Creo y Abdalá Bucaram de Fuerza Ecuador son los únicos que han definido su participación. Aún hay tiempo y hay que tomárselo con calma, parecen decir los demás jugadores potenciales (básicamente, tres coaliciones: Coordinadora Plurinacional de las Izquierdas, Acuerdo Nacional por el Cambio y Unidad). Por tanto, las mediciones de intención de voto no caben en este momento como predictores y tienen solamente un valor muy general en términos de una débil adscripción a una u otra opción.
Más bien, cabe prestar atención a dos líneas de definición (o clivajes) que siempre inciden en la política ecuatoriana y que en esta ocasión tendrán considerable peso. La definición espacial, en términos de izquierda y derecha, así como la implantación regional de las agrupaciones políticas, pueden ofrecer pistas de las potencialidades de las organizaciones políticas. Como se ve en el gráfico, la mayor parte de quienes han saltado a la cancha hasta ahora tienen serias limitaciones en ambas dimensiones. Solamente AP y la Unidad muestran cierta capacidad para sobrepasar las fronteras ideológicas y regionales. Cabe señalar que el gráfico no refleja proporción o dimensión de la votación, sino implantación en cada una de esas dimensiones (las líneas negras -horizontales- expresan el espectro ideológico en que puede moverse cada coalición; las rojas reflejan la potencial ubicación de su votación en términos regionales).
La combinación de esos dos factores -y considerando los resultados de las elecciones de 2013 y 2014- arroja cuatro escenarios, como se ve en el cuadro adjunto. Cabe destacar que en tres de ellos se avizora como posible la necesidad de la segunda vuelta, mientras solamente en uno sería innecesaria. Por el lado de Alianza País sería imprescindible la candidatura del presidente Correa (así lo exige un proceso basado en el liderazgo personal), mientras por el lado opuesto sería un suicidio colectivo presentar varias candidaturas (como lo demuestra la historia electoral reciente).
A mediados de agosto de 2016, solamente hay dos candidatos prácticamente seguros para la elección presidencial. Guillermo Lasso de Creo y Abdalá Bucaram de Fuerza Ecuador son los únicos que han definido su participación. Aún hay tiempo y hay que tomárselo con calma, parecen decir los demás jugadores potenciales (básicamente, tres coaliciones: Coordinadora Plurinacional de las Izquierdas, Acuerdo Nacional por el Cambio y Unidad). Por tanto, las mediciones de intención de voto no caben en este momento como predictores y tienen solamente un valor muy general en términos de una débil adscripción a una u otra opción.
Más bien, cabe prestar atención a dos líneas de definición (o clivajes) que siempre inciden en la política ecuatoriana y que en esta ocasión tendrán considerable peso. La definición espacial, en términos de izquierda y derecha, así como la implantación regional de las agrupaciones políticas, pueden ofrecer pistas de las potencialidades de las organizaciones políticas. Como se ve en el gráfico, la mayor parte de quienes han saltado a la cancha hasta ahora tienen serias limitaciones en ambas dimensiones. Solamente AP y la Unidad muestran cierta capacidad para sobrepasar las fronteras ideológicas y regionales. Cabe señalar que el gráfico no refleja proporción o dimensión de la votación, sino implantación en cada una de esas dimensiones (las líneas negras -horizontales- expresan el espectro ideológico en que puede moverse cada coalición; las rojas reflejan la potencial ubicación de su votación en términos regionales).