"... mandaremos la cuenta del difamador para que le lleguen 10.000 tuiters (...) lo vamos a identificar para ver si es tan jocoso cuando el mundo sepa quién es"
Me ocurre con frecuencia, como a muchos politólogos, que debo pedir ayuda a la Sociología, más frecuentemente a la Economía y ocasionalmente a la Antropología para explicar algunos hechos propiamente políticos. Aunque soy un defensor de la Ciencia Política, estoy convencido de que los problemas políticos son demasiado complejos para explicarlos desde una sola disciplina. Desde el momento en que hago mía la idea de que la política es el conjunto de interacciones sociales en las que se establecen relaciones de poder, me veo obligado a pedir ayuda a esas otras disciplinas.
Pero algo muy diferente me ocurre cuando ninguna de estas me entrega los instrumentos adecuados para explicar un gesto, una palabra, una acción de una persona o de un grupo. Me refiero a los fenómenos que no pueden ser comprendidos por las determinaciones de las instituciones, por los intereses de las clases sociales, por los cálculos de los actores o por los vaivenes de la economía. Sé que en estos casos debería acudir a la Psicología, pero tengo una razón poderosa para no hacerlo. Es, simple y llanamente, mi escasa preparación en ese campo. No tengo los instrumentos necesarios para aventurarme en el terreno de la subjetividad, que es un bosque lleno de sentimientos, recuerdos, dolores, pasiones, experiencias procesadas y no procesadas, en fin, de todo aquello que pasa por las neuronas pero también por las glándulas y por las relaciones con los demás.
No, no tengo la audacia para intentar invadir un terreno que desconozco. Por ello, me declaro incapaz de comprender -y mucho menos de explicar- las razones que tiene una persona dotada de poder para incitar a que se persiga a alguien. Mucho menos si la causa de esa arenga es la difusión de una foto suya, captada cuando hacía compras en un centro comercial. Aunque el poder es un atributo político -y en este caso el personaje es un político-, creo que la búsqueda de explicación rebasa las posibilidades que ofrece la Ciencia Política, incluso cuando esta se apoya en las otras disciplinas. Es el bosque en el que no me atrevo a entrar.
Me ocurre con frecuencia, como a muchos politólogos, que debo pedir ayuda a la Sociología, más frecuentemente a la Economía y ocasionalmente a la Antropología para explicar algunos hechos propiamente políticos. Aunque soy un defensor de la Ciencia Política, estoy convencido de que los problemas políticos son demasiado complejos para explicarlos desde una sola disciplina. Desde el momento en que hago mía la idea de que la política es el conjunto de interacciones sociales en las que se establecen relaciones de poder, me veo obligado a pedir ayuda a esas otras disciplinas.
Pero algo muy diferente me ocurre cuando ninguna de estas me entrega los instrumentos adecuados para explicar un gesto, una palabra, una acción de una persona o de un grupo. Me refiero a los fenómenos que no pueden ser comprendidos por las determinaciones de las instituciones, por los intereses de las clases sociales, por los cálculos de los actores o por los vaivenes de la economía. Sé que en estos casos debería acudir a la Psicología, pero tengo una razón poderosa para no hacerlo. Es, simple y llanamente, mi escasa preparación en ese campo. No tengo los instrumentos necesarios para aventurarme en el terreno de la subjetividad, que es un bosque lleno de sentimientos, recuerdos, dolores, pasiones, experiencias procesadas y no procesadas, en fin, de todo aquello que pasa por las neuronas pero también por las glándulas y por las relaciones con los demás.
No, no tengo la audacia para intentar invadir un terreno que desconozco. Por ello, me declaro incapaz de comprender -y mucho menos de explicar- las razones que tiene una persona dotada de poder para incitar a que se persiga a alguien. Mucho menos si la causa de esa arenga es la difusión de una foto suya, captada cuando hacía compras en un centro comercial. Aunque el poder es un atributo político -y en este caso el personaje es un político-, creo que la búsqueda de explicación rebasa las posibilidades que ofrece la Ciencia Política, incluso cuando esta se apoya en las otras disciplinas. Es el bosque en el que no me atrevo a entrar.