La literatura es forma. El fondo y el tema son secundarios. Sé que es una afirmación arriesgada e incluso puedo aparecer como arrogante e ignorante. Me explico: opino de esa manera porque al leer una novela o un libro de cuentos, no se diga de poesía, busco el lado artístico, el manejo del lenguaje, la capacidad de crear personajes, situaciones y ambientes. Si quiero buscar información voy a otra clase de libros, generalmente a los que estoy obligado -gratamente obligado- a leer a diario por razones de trabajo académico o reviso los periódicos, que también son una obligación diaria y no siempre agradable.
No quiero decir que el fondo y el tema puedan ser cualquier cosa. Guardan una estrecha relación con la forma, tan estrecha que un magnifico tema (como una batalla) que alude a un fondo trascendental (como la opción entre la muerte propia o la del otro) puede terminar en el basurero si no va más allá del relato de los hechos. Por el contrario, una buena forma puede salvar un mal tema y hasta hacer pasable a un fondo débil. El ideal, por supuesto, es que los tres elementos vayan juntos y no se sacrifique a ninguno de ellos por los otros.
Digo todo esto como un lector común, sin formación literaria y sin tratar de colocarme en el plano de experto en el asunto. Lo hago porque me interesa que se diferencie claramente entre los comentarios que hago sobre un texto de ciencia política, de historia, de periodismo de investigación, para poner unos ejemplos, de los que hago sobre novelas y otras piezas literarias. A los primeros los juzgo por su apego a la realidad y por su capacidad de hacer que comprendamos adecuadamente esa misma realidad. A los otros no los juzgo, los disfruto por su calidad artística.
Se me podrá rebatir diciendo que muchas novelas nos ayudan a entender de mejor manera la realidad que los textos especializados o incluso que las investigaciones periodísticas. Sí, eso puede ocurrir y en efecto ocurre frecuentemente. Pero, incluso cuando se trata de novelas históricas, no se debe olvidar que la novela es ficción. Los personajes reales y las situaciones históricas pasan por la creatividad del autor. Sin esta, no sería literatura, podría ser una biografía o una crónica. La fiesta del chivo no es una biografía de Trujillo, como El hombre que amaba a los perros no lo es de Trotsky ni de Mercader. Son recreaciones de hechos históricos vistos a través de la imaginación y la agudeza de sus autores. Seguramente así fueron las mentes de los dos personajes, enmarañada la del dictador dominicano, fría y amoral la del asesino estalinista, pero no podemos ir más allá de la suposición y de maravillarnos por la capacidad de los autores para construirlas (no reconstruirlas, porque no tenemos constancia de ello ni la literatura requiere de ese dato).
También se me podrá rebatir asegurando que un acertado relato de los hechos puede ser buena literatura, lo que se puede apoyar en Hemingway, Capote y otros autores que dan prioridad al tema a través de una forma cercana a la crónica. Puede ser así, pero vuelvo a lo que dije al inicio. Como decisión estrictamente personal, al leer una novela busco la forma, quiero disfrutar del arte. Es la razón por la que dejé de leer a Bolaño, Murakami, Icaza, Marai, Kundera y a algunos más, que se van por el relato plano o por la especulación discursiva.
Lo repito, digo todo esto desde la posición de un lector que simplemente expresa su gusto. Al fin y al cabo, el arte es antes que nada cuestión de gusto, de placer. Ya sabemos cuál fue la historia cuando, por decreto, se lo quiso poner al servicio de alguna causa. Pero esa es otra historia. Me quedo en la de la novela que se defiende por sí misma.
No quiero decir que el fondo y el tema puedan ser cualquier cosa. Guardan una estrecha relación con la forma, tan estrecha que un magnifico tema (como una batalla) que alude a un fondo trascendental (como la opción entre la muerte propia o la del otro) puede terminar en el basurero si no va más allá del relato de los hechos. Por el contrario, una buena forma puede salvar un mal tema y hasta hacer pasable a un fondo débil. El ideal, por supuesto, es que los tres elementos vayan juntos y no se sacrifique a ninguno de ellos por los otros.
Digo todo esto como un lector común, sin formación literaria y sin tratar de colocarme en el plano de experto en el asunto. Lo hago porque me interesa que se diferencie claramente entre los comentarios que hago sobre un texto de ciencia política, de historia, de periodismo de investigación, para poner unos ejemplos, de los que hago sobre novelas y otras piezas literarias. A los primeros los juzgo por su apego a la realidad y por su capacidad de hacer que comprendamos adecuadamente esa misma realidad. A los otros no los juzgo, los disfruto por su calidad artística.
Se me podrá rebatir diciendo que muchas novelas nos ayudan a entender de mejor manera la realidad que los textos especializados o incluso que las investigaciones periodísticas. Sí, eso puede ocurrir y en efecto ocurre frecuentemente. Pero, incluso cuando se trata de novelas históricas, no se debe olvidar que la novela es ficción. Los personajes reales y las situaciones históricas pasan por la creatividad del autor. Sin esta, no sería literatura, podría ser una biografía o una crónica. La fiesta del chivo no es una biografía de Trujillo, como El hombre que amaba a los perros no lo es de Trotsky ni de Mercader. Son recreaciones de hechos históricos vistos a través de la imaginación y la agudeza de sus autores. Seguramente así fueron las mentes de los dos personajes, enmarañada la del dictador dominicano, fría y amoral la del asesino estalinista, pero no podemos ir más allá de la suposición y de maravillarnos por la capacidad de los autores para construirlas (no reconstruirlas, porque no tenemos constancia de ello ni la literatura requiere de ese dato).
También se me podrá rebatir asegurando que un acertado relato de los hechos puede ser buena literatura, lo que se puede apoyar en Hemingway, Capote y otros autores que dan prioridad al tema a través de una forma cercana a la crónica. Puede ser así, pero vuelvo a lo que dije al inicio. Como decisión estrictamente personal, al leer una novela busco la forma, quiero disfrutar del arte. Es la razón por la que dejé de leer a Bolaño, Murakami, Icaza, Marai, Kundera y a algunos más, que se van por el relato plano o por la especulación discursiva.
Lo repito, digo todo esto desde la posición de un lector que simplemente expresa su gusto. Al fin y al cabo, el arte es antes que nada cuestión de gusto, de placer. Ya sabemos cuál fue la historia cuando, por decreto, se lo quiso poner al servicio de alguna causa. Pero esa es otra historia. Me quedo en la de la novela que se defiende por sí misma.