EL hombre sin alternativa
Leszek Kolakovski
Alianza Editorial, Madrid, 1970
Después de muchísimo tiempo –un tiempo que se cuenta en décadas, no solo en años- volví a leer los once artículos compilados en El hombre sin alternativa. Una vez más pude comprobar cuánta razón tienen quienes afirman que la apreciación de un libro depende de la circunstancia en que lo leemos. En realidad, a pesar de que se trate de la misma edición, el mismo ejemplar con los subrayados y las anotaciones del momento, su contenido ya no es el mismo. En la nueva lectura, el lector lo reescribe.
Esa reescritura comienza con el ejercicio de volver en el tiempo, lo que exige recordar los intereses que me llevaron a la primera lectura y las condiciones en que realicé esta. Fue en los agitados años setenta, en el Chile de Salvador Allende. Allí, mientras se debatía apasionadamente sobre el difícil momento que se vivía, había tiempo también para debatir -y sobre todo la necesidad de hacerlo- sobre principios y utopías. Alimentados por la reciente experiencia del mayo francés y de otros eventos que sacudieron al mundo, buscábamos fervorosamente respuestas a las inquietudes que ya no podían ser satisfechas con los dogmas largamente conservados por la izquierda. En ese contexto, el invalorable maestro y gran amigo Federico García nos guió, a quienes éramos sus alumnos, hacia la lectura de este libro. La visión crítica del marxismo, que veníamos buscando con nuestros escasos instrumentos, encontró un punto de afianzamiento en estos artículos. Por ello, no exagero si digo que para muchos de nosotros fue una lectura que marcó un antes y un después.
El libro fue publicado por Alianza Editorial en 1970, pero los artículos que lo conforman fueron escritos entre 1956 y 1959. Era el momento de la tibia desestalinización que creaba expectativas de apertura democrática en los países de la órbita soviética. Por ello, un eje transversal del conjunto de artículos es el debate marxista sobre la construcción de un régimen alternativo al capitalismo. La posibilidad de reformas internas que pudieran llevar a la democratización es una tensión que está presente en esos textos. Sin embargo, es evidente el pesimismo de Kolakovski que anuncia, como se pudo comprobar casi dos décadas después, que esa alternativa solamente era posible con la abolición total del régimen.
La relectura tiene mucha importancia en este aspecto porque es un tema que ha vuelto a cobrar importancia en los últimos años. Como si no hubiera colapsado el socialismo real, se lo ha colocado nuevamente sobre la mesa con la irrupción de fuerzas políticas que genéricamente se enmarcan en los socialismos del siglo XXI. El libro nos sitúa en la Polonia de los años cincuenta, que luchaba por la abolición del régimen autoritario, pero a la vez nos pone frente a nuestro propio tiempo, en que han retornado muchas de las ideas que se buscaba sepultar en aquella lucha de hace más de medio siglo. Leer a Kolakovski puede ser una dolorosa comprobación de los retrocesos de la historia, pero también nos da los instrumentos apropiados para enfrentarlos.
Cada uno de los artículos gira en torno al tema de la libertad individual frente al Estado y de la responsabilidad de este hacia la sociedad. Es una tensión que nunca dejará de tener actualidad. En estricto sentido, la obra de Kolakovski es un alegato sobre la libertad individual, en una tensión entre el marxismo y el liberalismo. Aunque nunca aparece planteada de esa manera, sin duda esa es su preocupación. Obviamente, no fue esa mi percepción en aquellos años de la primera lectura, pero sí encuentro en las anotaciones al margen la preocupación por la eterna contraposición entre los derechos de la persona y la acción del Estado (más que la acción, ahora me preocupan los límites de este último). Es un intento, muy temprano en el tiempo, de superar la lectura doctrinaria del marxismo y de buscar alternativas dentro del propio pensamiento de izquierda. Ahora lo veo como la contraposición con el liberalismo, que en el libro no es explícita, pero que está ahí, como lo reconocería Kolakovski en trabajos posteriores.
Su visión del momento que le tocó vivir no es, de ninguna manera, ingenua ni se encierra en los aspectos coyunturales. Lo hace desde la reflexión filosófica y en ese sentido más que un testimonio del momento los artículos son guías para el debate. En síntesis, El hombre sin alternativa no solo mantiene su actualidad, sino que puede convertirse en un excelente referente para el debate del momento.
Pero, más allá de la polémica dentro de la izquierda, las reflexiones de Kolakovski abordan problemas universales del pensamiento político. Su preocupación central es la ética, tanto en su dimensión política, como en su expresión cotidiana. En ese sentido, su reflexión sobre la máxima que justifica el uso de medios arbitrarios para la obtención de fines altruistas -de origen jesuita e injustamente atribuida a Maquiavelo- constituye un aporte sustancial, especialmente en un momento como el actual en que el pragmatismo tiende a imponerse.
Es un libro que no envejece. Al releerlo bajo una circunstancia nueva, vuelve a provocar preguntas. Eso sí, cada vez más complejas que en la ocasión anterior. Las respuestas quedan, como siempre, a cargo del lector que termina por reescribir el texto.
Leszek Kolakovski
Alianza Editorial, Madrid, 1970
Después de muchísimo tiempo –un tiempo que se cuenta en décadas, no solo en años- volví a leer los once artículos compilados en El hombre sin alternativa. Una vez más pude comprobar cuánta razón tienen quienes afirman que la apreciación de un libro depende de la circunstancia en que lo leemos. En realidad, a pesar de que se trate de la misma edición, el mismo ejemplar con los subrayados y las anotaciones del momento, su contenido ya no es el mismo. En la nueva lectura, el lector lo reescribe.
Esa reescritura comienza con el ejercicio de volver en el tiempo, lo que exige recordar los intereses que me llevaron a la primera lectura y las condiciones en que realicé esta. Fue en los agitados años setenta, en el Chile de Salvador Allende. Allí, mientras se debatía apasionadamente sobre el difícil momento que se vivía, había tiempo también para debatir -y sobre todo la necesidad de hacerlo- sobre principios y utopías. Alimentados por la reciente experiencia del mayo francés y de otros eventos que sacudieron al mundo, buscábamos fervorosamente respuestas a las inquietudes que ya no podían ser satisfechas con los dogmas largamente conservados por la izquierda. En ese contexto, el invalorable maestro y gran amigo Federico García nos guió, a quienes éramos sus alumnos, hacia la lectura de este libro. La visión crítica del marxismo, que veníamos buscando con nuestros escasos instrumentos, encontró un punto de afianzamiento en estos artículos. Por ello, no exagero si digo que para muchos de nosotros fue una lectura que marcó un antes y un después.
El libro fue publicado por Alianza Editorial en 1970, pero los artículos que lo conforman fueron escritos entre 1956 y 1959. Era el momento de la tibia desestalinización que creaba expectativas de apertura democrática en los países de la órbita soviética. Por ello, un eje transversal del conjunto de artículos es el debate marxista sobre la construcción de un régimen alternativo al capitalismo. La posibilidad de reformas internas que pudieran llevar a la democratización es una tensión que está presente en esos textos. Sin embargo, es evidente el pesimismo de Kolakovski que anuncia, como se pudo comprobar casi dos décadas después, que esa alternativa solamente era posible con la abolición total del régimen.
La relectura tiene mucha importancia en este aspecto porque es un tema que ha vuelto a cobrar importancia en los últimos años. Como si no hubiera colapsado el socialismo real, se lo ha colocado nuevamente sobre la mesa con la irrupción de fuerzas políticas que genéricamente se enmarcan en los socialismos del siglo XXI. El libro nos sitúa en la Polonia de los años cincuenta, que luchaba por la abolición del régimen autoritario, pero a la vez nos pone frente a nuestro propio tiempo, en que han retornado muchas de las ideas que se buscaba sepultar en aquella lucha de hace más de medio siglo. Leer a Kolakovski puede ser una dolorosa comprobación de los retrocesos de la historia, pero también nos da los instrumentos apropiados para enfrentarlos.
Cada uno de los artículos gira en torno al tema de la libertad individual frente al Estado y de la responsabilidad de este hacia la sociedad. Es una tensión que nunca dejará de tener actualidad. En estricto sentido, la obra de Kolakovski es un alegato sobre la libertad individual, en una tensión entre el marxismo y el liberalismo. Aunque nunca aparece planteada de esa manera, sin duda esa es su preocupación. Obviamente, no fue esa mi percepción en aquellos años de la primera lectura, pero sí encuentro en las anotaciones al margen la preocupación por la eterna contraposición entre los derechos de la persona y la acción del Estado (más que la acción, ahora me preocupan los límites de este último). Es un intento, muy temprano en el tiempo, de superar la lectura doctrinaria del marxismo y de buscar alternativas dentro del propio pensamiento de izquierda. Ahora lo veo como la contraposición con el liberalismo, que en el libro no es explícita, pero que está ahí, como lo reconocería Kolakovski en trabajos posteriores.
Su visión del momento que le tocó vivir no es, de ninguna manera, ingenua ni se encierra en los aspectos coyunturales. Lo hace desde la reflexión filosófica y en ese sentido más que un testimonio del momento los artículos son guías para el debate. En síntesis, El hombre sin alternativa no solo mantiene su actualidad, sino que puede convertirse en un excelente referente para el debate del momento.
Pero, más allá de la polémica dentro de la izquierda, las reflexiones de Kolakovski abordan problemas universales del pensamiento político. Su preocupación central es la ética, tanto en su dimensión política, como en su expresión cotidiana. En ese sentido, su reflexión sobre la máxima que justifica el uso de medios arbitrarios para la obtención de fines altruistas -de origen jesuita e injustamente atribuida a Maquiavelo- constituye un aporte sustancial, especialmente en un momento como el actual en que el pragmatismo tiende a imponerse.
Es un libro que no envejece. Al releerlo bajo una circunstancia nueva, vuelve a provocar preguntas. Eso sí, cada vez más complejas que en la ocasión anterior. Las respuestas quedan, como siempre, a cargo del lector que termina por reescribir el texto.